Ningún niño vale más que otro. Pequeños, débiles, desarmados. Su boca se inventó para la sonrisa. Sus manos, delicadas, para la caricia no sexual y el juego... Peter Pan lucha, en la Laguna de las Sirenas, con el capitán Garfio. Le arranca el cuchillo del cinturón y va a clavárselo, cuando ve que el pirata está en inferioridad de condiciones, más bajo que la roca, le ayuda a subir. Entonces es cuando el capitán le clava el gancho. Lo que deja inmóvil a Peter Pan no es la herida ni el dolor, sino la deslealtad y la injusticia. Con los ojos muy abiertos, mira horrorizado a su enemigo. Con la petrificada sorpresa del que no entiende el porqué de las cosas. Ningún niño se levantará, ni será el mismo, tras haberlo empujado a la injusticia... Y las guerras deshacen la vida de los niños. En ellas mueren, quedan huérfanos, con responsabilidades muy superiores a sus posibilidades; las escuelas son destruidas o cerradas, y ellos mismos se incorporan a los frentes, con armas cada vez más ligeras, hechas a la medida de sus fuerzas como mortíferos juguetes. Y en los frentes perecen, o se deforman para siempre, destituidas su ternura y su idea del mundo; aniquilado su espíritu por la violencia y por el odio; transformados en minúsculos y ensangrentados guerreros... Si queremos salvarnos, salvemos a los niños. Bien lo sabe la Unicef, que por ello lucha.
Antonio Gala
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